Ciudad Victoria
Por Luis Enrique Arreola Vidal
El ultimátum de Claudia Sheinbaum: o se alinean… o se van
En Morena ya no se oyen porras… se oyen dientes crujir.
El pasado 4 de mayo, desde un escenario tan austero como simbólico —el World Trade Center de la Ciudad de México—, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se dejó de sutilezas: envió una carta que fue parte diagnóstico, parte sentencia, y parte epitafio para los caciques que confundieron el poder con botín.
Con el rostro de la moderación, la presidenta soltó un ultimátum con la sonrisa fría de quien no necesita alzar la voz para ser escuchada.
Luisa María Alcalde fue la encargada de leerlo, pero la voz era la de Claudia. Y esa voz ya no pide permiso: ahora imparte disciplina.
Una carta con bisturí.
Fue un golpe quirúrgico, envuelto en la retórica de la unidad, pero con un mensaje inequívoco: o se alinean, o se van.
En un evento sin desplantes, sin alfombra roja ni bocadillos gourmet, Sheinbaum usó la sobriedad como arma política.
Nada de banquetes, nada de reflectores. Solo la fuerza simbólica de un llamado moral. La carta, disfrazada de principio, fue en realidad una sentencia.
Cada línea del decálogo fue una bofetada con guante blanco a los que andan de gira eterna con recursos públicos, a los que llevan bolsas Gucci a las giras de “cercanía con el pueblo”, y —aunque sin nombre— a los que tienen la piel curtida por el poder y las uñas afiladas por la ambición.
¿A quién iba dirigida?
A Monreal y su clan familiar, a Adán Augusto y su nostalgia por el trono, a Andrea Chávez con sus desplantes de influencer política, y a Noroña, que ya se creyó mártir de sí mismo.
Pero más aún, la carta fue un misil silencioso a “La Chingada”, donde Beatriz Gutiérrez Müller —sí, la que exigía al Rey de España una disculpa por la Conquista— ahora le jura lealtad al mismo rey para obtener la nacionalidad española.
La república amorosa… terminó en la monarquía parlamentaria.
El baño de lodo: narcopolítica, huachicol y Gucci.
Claudia no habló de frivolidades: se fue al fondo de la cloaca.
Porque hoy hay presidentes municipales morenistas ligados al crimen organizado, gobernadores que usan helicópteros para ir por barbacoa, y senadores que vuelan en primera clase para “representar al pueblo” mientras hacen escala en Madrid.
El problema no es la oposición: es el virus que Morena incubó en casa.
Campañas financiadas por huachicoleros, operadores ligados al narco, y estructuras clientelares que se maquillan con encuestas.
Y ahí, la presidenta dibujó la línea: o están con el pueblo, o están contra el proyecto.
Quien se atreva a cruzarla, que se atenga a las consecuencias.
No es continuidad. Es conquista del poder.
Lo más devastador no fue lo que dijo, sino cómo lo dijo.
Claudia no gritó. Claudia ordenó.
Y en ese tono institucional, se posicionó como la jefa de Estado y también la dueña del bastón de mando partidista.
La carta fue también un recordatorio para López Obrador.
Porque mientras Claudia predica austeridad, la familia del expresidente engorda carteras, contratos y pasaportes europeos.
Sí: esa familia que hablaba de soberanía… y ahora quiere residencia real.
Morena: del movimiento a la disciplina.
Al proponer reglas claras para 2027 —encuestas populares, tómbolas para pluris, cero tolerancia a la delincuencia organizada— Sheinbaum no solo marcó la cancha, la cercó con alambre eléctrico.
Ya no hay lugar para los que piensan que el partido es franquicia personal.
Ya no hay margen para los que venden candidaturas como si fueran lotes.
Morena ahora tiene dueña. Y se llama Claudia.
¿Y ahora qué?
Sí, la presidenta ganó esta batalla. Pero las tribus no se extinguen con circulares.
Monreal no se rinde. Adán no se jubila. Noroña no se calla.
Y más de uno prepara la contraofensiva, quizá disfrazada de “unidad” pero con puñal listo bajo la banda tricolor.
Además, la ausencia de sanciones explícitas en el decálogo es una grieta: ¿qué pasará si los aludidos ignoran el llamado?
Por ahora, Claudia Sheinbaum no solo mandó una carta. Mandó un mensaje de poder.
Con voz pausada y sin aspavientos, dijo: “Aquí mando yo.”
Y si alguien duda…
Que vea cuántos dejaron de reír ese día.